Autor: Marcelo dos Santos
Fecha de publicación en Neuronilla: 20/09/04
En Sueño de una Noche de Verano, Shakespeare dice que el demente, el amante y el poeta tienen una «imaginación totalmente compacta», esto es, que no permiten la intromisión del inoportuno mundo real en sus amadas fantasías. En otras palabras, los tres caen permanentemente en brazos de la imaginación y son derrotados por su fuerza, aunque sólo el poeta la aproveche en un acto creativo.
La imaginación es el fenómeno de experimentar imágenes sin ningún estímulo visual del mundo exterior que las genere, e incluye complejos procesos corticales que se han pasado los últimos cien años en manos de los teóricos y los últimos setenta en las de los investigadores neurofisiológicos. Desde la más remota antigüedad se la consideró uno de los procesos cognitivos más básicos, al punto que Aristóteles la definía como el mecanismo principal del juicio y la memoria.
A pesar de que hay más de diez teorías supuestamente capaces de explicar cómo pueden formarse imágenes en el cerebro sin la intervención del aparato visual, una de ellas (la de McKellar) postula la existencia de tres tipos de imágenes mentales: el sueño, la memoria y la alucinación. ¿Cómo se pueden medir estas imágenes? A través de distintos procedimientos, los cuales incluyen calcular la «precisión de la habilidad imaginativa» (que incluye la capacidad de manipular relaciones espaciales), obligar a los sujetos a llenar una especie de catálogo de sus imágenes mentales, la comparación entre modelos de pensamiento y el relato de las experiencias mentales casi sin guía del investigador. También han colaborado los experimentos con drogas alucinógenas.
Gracias a estas y otras técnicas, se han hecho evidentes grandes diferencias individuales en cuanto a capacidad para producir imágenes mentales vívidas, manipular las visiones generadas, etc. Al cabo de muchos años de estudios, parece ser que las imágenes mentales cumplen un importante papel en varias actividades psicológicas básicas, como la memoria, el aprendizaje, la motivación y la creatividad. Algunos investigadores creen, incluso, que las imágenes cerebrales son críticas en la formación de la autoconciencia y la adquisición de información acerca de uno mismo. La autoconciencia es, por supuesto, aquel estado en que estamos usted y yo en este momento, es decir, ser objeto de la atención de nosotros mismos.
El proceso de formación de imágenes cerebrales es tan complejo como interesante: el neurofisiólogo Andrzej Brodziak, de la Universidad de Silesia, Polonia, coloca sus bases neurofisiológicas en el interior de la mínima unidad nerviosa posible: la neurona. Explica cómo hace el cerebro para «recuperar» información visual anterior, esto es, usar la imaginación para formar recuerdos visuales: dice que hay circuitos recurrentes de neuronas (loops) que almacenan imágenes anteriores, y que pueden transmitirlas a los circuitos conscientes para evocar «cuadros» o pinturas de la experiencia pasada. Esas neuronas se caracterizan por tener «axones retrógrados», esto es, que se dirigen hacia atrás y no hacia adelante. Tales neuronas pueden ser fácilmente identificadas en fotografías.
Si es cierto que este mecanismo puede hacer «aparecer» imágenes antiguas, es muy posible que toda la imaginación se base en estos circuitos recurrentes: al momento de imaginar el aspecto de un desconocido, simplemente estas células le «asignarían» características de personas que conocemos o hemos visto alguna vez. Esta teoría tiene gran importancia respecto de otras implicaciones: si toda la imaginación se basa en la experiencia previa, mecanismos tales como la paranoia dependerían de temores anteriormente experimentados, una fantasía erótica tendría componentes de antiguos placeres, etc.
Aunque si yo le pido que se describa a usted mismo lo más probable es que lo haga con palabras, todo indica que el proceso cognitivo que lo lleva a conocerse es visual, no verbal. Cuando usted dice «soy un cascarrabias» casi seguro que se está viendo patear al gato o peleando con sus compañeros de trabajo. Los trabajos de Turner y Carver en la década del 70 sugieren que el hombre autoconsciente utiliza exclusivamente la imaginación como medio de introspección. En otras palabras, no nos conocemos si no somos capaces de vernos mentalmente.
El psicólogo Suler, en un trabajo de 1990, propone que «las imágenes sirven como puntos de referencia internos acerca de la continuidad de la experiencia humana en relación a sí mismo y a los objetos, incluso a través del tiempo». La imaginación afecta también procesos físicos: se puede demostrar que la gente con imaginación activa tiene mejor sensibilidad facial y mejor rendimiento de sus sentidos, así como capacidades corporales superiores a las del promedio. Las personas generamos grandes cantidades de imágenes, algunas de ellas referidas a actividades comunes, otras que son como fotografías de experiencias pasadas, algunas representan identificaciones con cosas o personas, esperanzas futuras, etc. Incluso las capacidades propias aún no desarrolladas (y por lo tanto invisibles al observador externo), el humor y los sentimientos, parecen tener su correlato visual a niveles conscientes o no.
En el aspecto social, se ha afirmado que «sólo aquellos individuos capaces de una elevada imaginación tienen la posibilidad de ponerse en el lugar del otro, de mirar desde su punto de vista y de verse a sí mismos a través de los ojos del otro» y, en consecuencia, de sentirse inclinados a actitudes tales como la compasión o la solidaridad.
Sin embargo, o más probablemente a causa de esto, las culturas occidentales han perseguido a la imaginación con todas sus armas disponibles. Durante siglos se han señalado incansablemente los peligros sociales, morales y hasta clínicos que supuestamente conlleva. A tal punto que el manual «oficial» de la Inquisición titulado Malleus Maleficarum dice textualmente: «La imaginación es la tentación interior». Si ello es verdad, sería interesante que la imaginación, como querían aquellos franceses de mayo, llegara al poder, para sucumbir de lleno a ella.