Autor: José Enebral
Fecha de publicación en Neuronilla: 03 / 05 / 07
Quizá por motivos diversos, la segunda mitad de este siglo ha vivido un creciente interés por la creatividad y la innovación: también, desde luego, en las empresas. En éstas, parece que se comienza a postular la creatividad como se postuló la calidad hace unos 30 años.
En seguida se insistió entonces en el «control» de la calidad y en su «gestión». Ahora, sin dejar de «hacer las cosas bien» para satisfacción de los clientes, también hemos de «pensar las cosas mejor» para generar ideas que nos permitan superar a los competidores. Tal vez hablemos pronto de la «gestión de la imaginación», como venimos hablando de la gestión de la calidad, o de la gestión del conocimiento. Sin duda, nos van a hacer falta buenas ideas.
Sin desplazarnos demasiado al pasado, se reconocen como grandes innovaciones la máquina de vapor, el ferrocarril, o más recientemente el automóvil, el teléfono o la aviación. Pero también hemos celebrado, por ejemplo, la llegada de los electrodomésticos, el pago con tarjeta o la compra con carrito; ya se ve que unas innovaciones parecen haber inducido otras, porque, en su consolidación, van abriendo nuevos caminos. Pero, como sabemos bien, en las empresas la innovación no apunta sólo a nuevos productos o servicios; también a nuevos métodos y herramientas, nuevas maneras de gestionar sus recursos y capacidades, o nuevas formas de llegar a los clientes. Podemos asimismo ser innovadores u originales a título personal, o sea: en la gestión de nuestro tiempo, en nuestros métodos de aprendizaje continuo, en la reacción ante lo inesperado, etc.
Aunque en sí misma la novedad ya produce una cierta satisfacción, sabemos bien que no se trata de innovar por innovar, sino para mejorar el negocio; innovamos para aproximarnos a la visión o los objetivos estratégicos formulados como proyecto de empresa. Es sabido que las buenas ideas han llevado al éxito a muchas organizaciones de diferente tamaño; incluso buena parte de estas empresas innovadoras se han podido permitir intentos fallidos. No siempre se trata propiamente de investigar o inventar: ni McDonald´s inventó la hamburguesa, ni Sony la grabación magnética de video o audio, ni 3M el papel; pero estas empresas, como tantas otras fuera y dentro de nuestro país, tienen un bien ganado prestigio como innovadoras. Todas son típicamente empresas en que se cultiva una cultura empresarial abierta a los cambios, las nuevas ideas, la asunción de riesgos y, por lo tanto, posibles fracasos.
La creatividad individual
Si se dan las condiciones adecuadas, todos ponemos a funcionar nuestra capacidad de pensar, incluido el pensamiento divergente, característico de la creatividad. Quizá vale la pena recordar aquí el modelo Herrmann de funcionamiento del cerebro pensante, para convenir en que hay modalidades de pensamiento (divergente, sintético, holístico, conceptual, sistémico, analítico, proactivo…) que deberíamos desarrollar más, en beneficio de nuestro rendimiento profesional. Todas las modalidades recogidas en el cuadro, y seguramente otras, son desarrollables: a ello ayuda, de entrada, la toma de conciencia sobre su necesidad. El taylorismo parecía no dejar espacio para nuestra capacidad de pensar y de sentir, pero eso ya está superado.
Siendo buenos pensadores divergentes, o quizá ayudándonos de técnicas al uso como las propuestas por Edward de Bono, podemos generar elaboradas ideas originales, con fluidez y diversidad. Si también somos buenos pensadores convergentes, podremos hacer una primera evaluación de la validez de nuestras ideas. Pero, ¿de dónde surgen? Si nos dejamos llevar por la parte más racional de nuestro cerebro, probablemente nuestro pensamiento resulte lineal, sometido a una especie de autocensura. Por eso, lejos de la improvisación surgida de la conciencia, en muchos casos resulta conveniente pedir ayuda a la memoria lejana o preconciencia, e incluso encargar el trabajo al subconsciente, que se mueve con mayor libertad.
Si la demanda creativa constituye efectivamente un reto, hemos de internalizarlo para propiciar la incubación de las ideas. Luego, éstas pueden surgir en cualquier momento, estemos o no trabajando en el problema. De hecho -seguramente lo hemos experimentado alguna vez-, si una idea nos pilla a contrapié, podría esfumarse sin que nos diera tiempo a registrarla en la conciencia. Todo lo anterior parece obvio, pero los expertos denuncian que, en las empresas, a menudo apelamos a la imaginación con alguna superficialidad y aun frivolidad, y cerramos prematuramente los procesos creativos sin dejar que emerjan ideas todavía en incubación (Efecto Zeigarnick).
También conviene recordar que hay individuos creativos por naturaleza, como los hay pragmáticos, resolutivos, conciliadores, calculadores… Un estudio de Mihaly Csikszentmihalyi viene a concluir que los creativos son individuos de personalidad compleja, presentando opuestos rasgos de personalidad en diferentes momentos. Aunque el estudio se desarrolló sobre personas socialmente reconocidas como creadoras, cabe admitir, por la experiencia, que los trabajadores de perfil creativo constituyen generalmente una cierta pesadilla para sus jefes. Naturalmente, es más sencillo dirigir personas sumisas, previsibles y disciplinadas, pero los nuevos directivos asumen el reto de gestionar a cada colaborador conforme a sus características y a su momento. En realidad todos podemos ser más creativos si nos lo proponemos, y si el trabajo no nos proporcionara las oportunidades, seguramente las buscaríamos fuera de él. Algún grado de realización personal constituye para todos una necesidad, y la creación de novedad valiosa resulta especialmente gratificante, como lo es igualmente el alto rendimiento en lo que hacemos: todo esto ha estudiado también el profesor Csikszentmihalyi. La creatividad personal -viene a decirnos- constituye una satisfactoria canalización de nuestra energía psíquica y contribuye por ello a nuestra felicidad.
Pero hemos de recordar igualmente que la energía creativa no es suficiente para asegurar la innovación; si carecemos de la necesaria formación e información sobre el campo o el sistema al que deseamos aplicar nuestra imaginación, podríamos acabar resultando extravagantes. A un cierto grado de creatividad -natural o adquirida- se ha de sumar una buena dosis de formación e información, de motivación intrínseca, de perseverancia, de capacidad de concentración, de alineación o compromiso con la visión y estrategia formuladas, de sagacidad, y quizá también de atrevimiento, entre otros atributos. Todo ello requiere la innovación en la empresa.
La creatividad corporativa
Sin duda, las empresas están adquiriendo conciencia de la importancia de su capital intelectual, aunque quede camino por recorrer. En lo que se refiere al impulso de las ideas en pro de la innovación, hay que recordar que no se trata sólo de resolver original y eficientemente los viejos o nuevos problemas; las empresas precisan también de la creatividad para alcanzar nuevas metas y explotar mejor sus ventajas competitivas.
No descubrimos nada al decir que el movimiento innovador ha de brotar de la cultura corporativa y del proyecto de empresa; ha de inspirarse en la visión de la compañía y, consecuentemente, en la satisfacción de los clientes. De otro modo, podría generar esfuerzos desalineados, y conduciría a la resultante de creatividades individuales. La alineación es -lo subrayan Robinson y Stern en Corporate Creativity- un ingrediente crítico como catalizador de la creatividad corporativa. Así las cosas, el concepto de tensión creativa -la creada por la distancia entre la realidad de la empresa y su visión de referencia- nos permitiría esperar una buena corriente de ideas, si no fuera por algunas resistencias físicas y psicológicas a menudo presentes. El exceso, por cierto, de tensión (tanto a nivel organizacional como en en entorno próximo) no parece recomendable, porque incrementa paralelamente las barreras psicológicas a la creatividad. A veces, los directivos, no sabiendo cómo energizar a sus colaboradores optan por presionarles o estresarles en busca de mayor rendimiento. Puede resultar efectivo a corto plazo, pero no parece la mejor solución sino la más sencilla.