Autora: Carolina Brunstein
Fecha de publicación en Neuronilla: 27 / 02 / 08
Algunos proyectos educativos acercan a los jóvenes al universo de la pantalla grande. Los chicos escriben historias con la ilusión de que se conviertan en guiones cinematográficos.
En el colegio secundario, aprender implica leer, escuchar al profesor, responder preguntas, resumir textos, hacer ejercicios. Pero también es crear, imaginar, proponer, escribir. Y, para una generación que nació en un mundo gobernado por imágenes, el cine puede ser un disparador para la motivación en la escuela. Por eso hay proyectos educativos que intentan, por distintos caminos, acercar a los adolescentes al universo de la pantalla grande.
Hermes Bonafert, 17 años, alumno de 5° año del colegio N° 8 Julio A. Roca, de Belgrano, ya sabe que va a estudiar dirección de cine. El año pasado, con un grupo de compañeros escribió una historia para presentar a un concurso de guiones organizado por la Secretaría de Educación porteña. Este año decidieron volver a participar. Están ansiosos por armar otra trama, que si gana podrá convertirse en un corto cinematográfico que se proyectará en una cantidad de salas de cine de la ciudad.
Hermes, Alejo Wilkinson e Ignacio Steinsleger, también de 17 años, estuvieron hace pocos días en el lanzamiento del segundo festival «Escuela, cámara… acción». Los chicos de 3° a 5° años (y 6° de las escuelas técnicas) de secundarios públicos de la ciudad que se presenten tendrán que escribir una historia de entre 4 y 6 páginas. Un jurado compuesto por directores y productores de cine seleccionará uno, para transformarlo en guión y realizar un corto.
Esta es una de las experiencias que en los últimos años llegaron a las escuelas con el fin de aprovechar el cine como herramienta de enseñanza y aprendizaje. Además de este proyecto, docentes de instituciones públicas y privadas organizaron actividades donde los chicos pudieron no sólo ver cine, sino también escribir, producir y filmar sus propias películas. A Hermes, Ignacio y Alejo les fue bastante bien el año pasado. Pensaron y redactaron una historia que, sabían, tenía que ser adaptable a la pantalla. Su cuento «Gracias por su tiempo» fue seleccionado en una primera instancia, junto con ocho trabajos de otras escuelas.
«Se trataba de un viaje en taxi, pero pasaban cosas extrañas —recuerda Alejo—. El pasajero iba envejeciendo durante el viaje, pasaban por calles que tenían el nombre antiguo, el tachero también iba cambiando su forma de actuar.» Ahora están pensando en escribir algo nuevo. «Todavía no sabemos qué vamos a hacer. Lo que nos interesa es divagar, de jar que fluyan las ideas», cuenta Ignacio, uñas largas pintadas de negro, una decena de aritos en la oreja izquierda, otro en la nariz y tres en forma de pinche debajo del labio inferior. «Poder escribir algo que después otra persona lleve a la pantalla es buenísimo», se entusiasma.
Lo importante, explica, es que al grupo le guste lo que van haciendo. «Nunca la idea inicial es la que después se escribe, la historia va cambiando», dice. Alejo acota: «Además, es difícil ponerse de acuerdo entre todos, uno quiere una cosa, otro no, entonces se cambia, se tiran más ideas. El año pasado dimos muchas vueltas hasta llegar al cuento final».
A estos tres chicos les gusta escribir y, por supuesto, leer. Por eso se llevan muy bien con su profesora de Literatura, Luisa Rosetti, que el año pasado les propuso participar del certamen y ahora sigue al frente del curso. «Yo trabajo mucho la literatura en relación al cine —explica la docente—. A algunos chicos les interesa particularmente. Con ellos trabajo en talleres, fuera del horario de clases, para armar el guión». Otros docentes armaron propuestas en las que el cine fue la excusa para trabajar contenidos curriculares y temas transversales como la educación en valores. Es que las iniciativas que unen escuela y cine se proponen enseñar, más allá de la pura transmisión de conocimientos.
«Los adolescentes no sólo se emocionan con el cine. También aprenden», asegura la coordinadora del programa La Escuela y los Medios, de la Secretaría de Educación porteña, Roxana Morduchowicz, en su libro Yo no fui nunca al cine.
Muchos chicos de sectores populares de la Capital entraron por primera vez a un cine llevados por la escuela. Y este descubrimiento marcó su educación y su modo de ver la realidad. «Los adolescentes aprenden sentidos y construyen nuevos significados sobre el mundo real —dice Morduchowicz en su libro—. El cine, sin duda, influye sobre su manera de pensar y percibir la realidad». La directora de la carrera de Psicopedagogía en la Universidad del Salvador, Andrea Bertrán, coincide: «El cine, como propuesta de aprendizaje, es muy rico. Puede aportar elementos que les sirvan a los chicos a resolver su propia crisis adolescente, porque los lleva a debatir sobre modelos y valores». Además, señala, «estas propuestas ayudan al desarrollo del pensamiento crítico, llevan a aceptar puntos de vista de otras personas».
La posibilidad de trabajar en proyectos de producción —escribir guiones, filmar cortos— también ayuda a los chicos en relación a su vocación, agrega Bertrán: «Les puede servir para descubrir aptitudes y preferencias».
Santiago Areco, 16 años, alumno de 4° año en el Comercial N° 4, de San Telmo se presentará con sus compañeros este año a la convocatoria para escribir guiones. Y dice: «Tal vez nos sirva para carreras futuras que nos puedan interesar». Anabella De Marco, 16 años, alumna de 3er. año en ese colegio, también empezará a escribir con sus compañeros una historia con la idea de llevarla al cine: «Me parece muy creativo. No siempre tenemos la oportunidad de mostrar nuestros pensamientos. Es bastante distinto de lo que en general hacemos en el colegio».