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Azar, conocimiento y transpiración – Rodrigo Luna

Autor: Rodrigo Luna

Fecha de publicación en Neuronilla: 07/04/03

El azar y la casualidad llegan a convertirse en verdaderos aliados de la creatividad, pero es un error darles demasiado crédito. Muchos hallazgos o descubrimientos se producen gracias a alguna circunstancia imprevista que se cruza sorpresivamente en el camino. Un ejemplo clásico es el descubrimiento de la penicilina realizado por Alexander Fleming en 1928. La historia cuenta que Fleming advirtió que un disco de cultivo de bacterias había sido invadido por un moho proveniente de unas esporas que entraron por la ventana del laboratorio. En torno al moho había un círculo de bacterias reventadas que le permitieron reconocer un hongo llamado penicillium notatum, de donde obtuvo finalmente un concentrado activo que llamó penicilina.

En este caso el buen tiempo y una ventana abierta jugaron un papel protagónico, pero sería torpe no reparar en que Fleming era bacteriólogo y llevaba más de diez años investigando estas materias. Sin considerar que durante todo el siglo anterior otros especialistas habían advertido que los hongos de la familia del penicillium mataban los gérmenes, sin que ninguno llegara al mismo resultado. La biografía de Fleming recuerda otro hecho ocurrido seis años antes, que habla de su particular sensibilidad como investigador.

En esa oportunidad una lágrima suya cayó accidentalmente en un cultivo permitiéndole hacer el descubrimiento de una enzima llamada lisozima. Horace Freeland en un brillante capítulo sobre el azar en la ciencia, luego de revisar una serie de casualidades célebres, concluye: “Todos estos casos de descubrimiento por azar se han contado muchas veces como anécdotas. Pero rara vez se tocan las cuestiones que ellos sugieren del juego recíproco de las circunstancias incidentales con la madurez del problema en su momento; de la relación del individuo con la comunidad científica y acerca del tipo de preparación que sensibiliza la mente o los patrones de ideas, pruebas conocidas y prejuicios que facilitan o dificultan el aprovechamiento del azar”, (1984: 73).

La palabra serendipia aparece de tanto en tanto en la literatura sobre creatividad, y está destinada a definir la facultad de hacer descubrimientos o hallazgos afortunados de un modo casual, inesperado o accidental. Tiene también el sentido de encontrar una cosa mientras se busca otra. Esta palabra fue introducida en 1754 por el escritor inglés Horace Walpone, con el objeto de describir algunas de sus propias creaciones. Se basó en un cuento de hadas titulado Los Tres Príncipes de Serendip, que relata las aventuras de unos personajes que habitualmente usaban su sagacidad para hacer descubrimientos no planificados.

Algunos ejemplos de serendipia son los siguientes:

  • Una avería de una máquina llevó a un descubrimiento astronómico realizado por James Christy en un observatorio de los Estados Unidos durante 1978, en momentos en que se encontraba midiendo las características orbitales de Plutón. Christy había colocado una placa fotográfica con una imagen de Plutón en un instrumento llamado explorador estelar. En seguida advirtió una ligera protuberancia que interpretó como una falla, de modo que decidió descartar la fotografía. En ese instante la máquina comenzó a funcionar mal y se vió obligado a recurrir a un técnico. Este le solicitó que permaneciera a su lado mientras efectuaba la reparación, pues pensaba que podría necesitar su colaboración. Aprovechó ese tiempo para estudiar nuevamente la fotografía y como resultado resolvió mirar en los archivos algunas imágenes anteriores. Encontró una imagen rotulada: “Imagen de Plutón alargada. Placa defectuosa. Rechazada”. Esto estimuló su interés y terminó encontrando seis imágenes rechazadas entre 1965 y 1970 que mostraban al mismo bulto. Sus estudios posteriores mostraron que éste era en realidad una luna de Plutón. Si la máquina no se hubiese estropeado y el técnico no le hubiese solicitado permanecer con él, probablemente el descubrimiento no se hubiese producido en ese momento.
  • George de Mestral observó su chaqueta cubierta de esos pequeños cadillos llamados “arrancamoños” luego de un paseo por el campo. Cuando comenzó a quitarlos se preguntó por qué se adherían tan tenazmente. Su curiosidad le llevó hasta el microscopio para conocerlos más a fondo. Descubrió que estos incómodos parásitos poseen numerosos ganchos dotados de una forma particular, que los hace adherirse muy eficientemente en otras superficies igualmente irregulares. Pensó que sobre la base del mismo principio podría concebirse un sistema de cierre que fuese práctico y firme. Todo esto ocurrió en Suiza a comienzos de los 50. Lo que sigue es historia conocida, hoy el cierre velcro está en parkas, zapatillas, equipos médicos, bolsos, carpas, etc. El nombre elegido deriva de velvet (terciopelo) y crochet (enganche).
  • El joven Charles Goodyear estaba decidido a fabricar caucho sintético resistente a los cambios de temperatura, esperando que tuviese multitud de aplicaciones. Este empeño devoró su salud y sus escasos recursos económicos, al extremo de caer a la cárcel en varias oportunidades. Llegó a depender de sus familiares para comer y vestir, pero no abandonó su propósito. Después de muchos intentos sin el resultado esperado, ocurrió un hecho fortuito. Se encontraba combinando azufre y caucho, cuando accidentalmente una porción de la mezcla cayó en una cocina caliente. Para su sorpresa el caucho no se fundió, sino que se carbonizó lentamente. Goodyear inmediatamente comprendió el significado de este accidente. Mediante pruebas adicionales determinó la temperatura óptima y el tiempo preciso para estabilizar el caucho. En 1844 obtuvo la patente por un proceso que denominó vulcanización en homenaje a Vulcano el herrero de los dioses.
  • El óptico holandés Juan Lippershey, dedicado a la construcción de cristales de aumento, recibió el encargo de fabricar dos espejuelos esféricos, uno cóncavo y otro covexo. En un día de 1606 sus hijos que solían acompañarlo en el taller cogieron ambos lentes y miraron a través de ellos superponiéndolos. Enfocaron hacia el gallo del campanario de una casa vecina y con asombro vieron que éste aumentaba su tamaño. Lippershey al repetir la operación no pudo reprimir un grito de alegría. Sus hijos habían hecho un hallazgo de apreciable valor. Mostró su descubrimiento a una comisión oficial de su país y pidió apoyo para perfeccionarlo en un lapso de treinta años. Producto de su entusiasmo y capacidad logró unir ambos lentes mediante un armazón en sólo dos años. Nacieron así los primeros gemelos y luego los anteojos tal como los conocemos.

Como éstas hay serendipias para todos los gustos: La ley de gravedad, la batería eléctrica y el electromagnetismo, la vacuna, la fotografía, el celuloide, la insulina, la píldora anti conceptiva, el cristal de seguridad, el teflón, la aspirina, los copos de maíz, los post-its, y algunos descubrimientos arqueológicos entre muchas otras, (Roberts, 1992). Todos estos episodios revelan un aspecto a la vez anecdótico y decisivo de los procesos creativos, pero nada justifica una percepción simplista que entregue todos los méritos a la casualidad. Los mismos ejemplos anteriores muestran la preparación, dedicación y esfuerzo que son necesarios para llegar a un buen resultado, aún con la ayuda de la casualidad. Está claro que las oportunidades derivan en actos creativos sólo cuando alguien las aprovecha.

Existen muchas áreas de actividad en las cuales es virtualmente imposible hacer una contribución creativa, sin una adecuada acumulación de conocimiento y sin formación intelectual. Se ha insistido en que un mundo simultáneo y cambiante no requiere tanto de la acumulación como de ciertas capacidades personales. Eso no está en discusión, pero el que la mera acumulación de conocimientos no tenga valor, no significa que disponer de conocimientos sea inútil. En la actualidad debemos acostumbrarnos a considerar nuestros conocimientos como huéspedes de paso, pero jamás debemos dejar de ser hospitalarios.

Sternberg y Lubart formulan un planteamiento respecto al papel del conocimiento en la creatividad, sobre la base de cinco puntos:

  1. El conocimiento ayuda a producir obras innovadoras en dominios particulares, en tanto que la ignorancia tiene el peligro de reinventar la rueda.
  2. El conocimiento fomenta la creatividad y permite tener una posición para ir con mayor seguridad contra la corriente.
  3. El conocimiento favorece un trabajo de calidad, transformando ideas iniciales en resultados creativos.
  4. El conocimiento en su forma práctica permite concentrar los recursos en las nuevas ideas y no en ideas básicas.
  5. El conocimiento puede ayudar a observar y utilizar los acontecimientos fortuitos como fuente de creatividad, (1997).

La trama de la creatividad supone siempre distintas relaciones. El azar no es nada sin alguien que le dé significado y el conocimiento es infértil cuando no existe suficiente empuje. Louis Pasteur decía: ALa casualidad sólo favorece a los espíritus preparados@, y Tomás Alva Edison afirmaba: AEl genio consiste en un 2 % de inspiración y en un 98 % de transpiración@, agregando que el genio es una larga paciencia. Estas sentencias han sido una y otra vez respaldadas por la biografía y testimonios de los grandes creadores, y por la investigación en el campo de la creatividad.

Siendo anciano Solón de Atenas escuchó de labios de su sobrino una encantadora poesía de Safo y pidió al muchacho que se la enseñara. Al preguntársele por qué se esforzaba tanto a su edad respondió: “Para aprenderla antes de morir. Envejezco aprendiendo muchas cosas”. Joan Miró a lo largo de noventa años produjo cerca de dos mil pinturas al óleo, quinientas esculturas, cuatrocientos objetos de cerámica y cinco mil dibujos y collages, además de unas tres mil quinientas imágenes plasmadas en litografía, aguafuentes y otros soportes. B. F. Skinner tenía una rutina de trabajo que lo mantenía en pie desde la madrugada, escribiendo tres horas diarias incluyendo sábados y domingos, junto con toda su actividad académica habitual. Luego de jubilar en 1974 todavía escribió cuatro libros y dictó numerosas conferencias, la última ocho días antes de morir. Pablo Picasso dijo una vez: “Tardé cuatro años en aprender a pintar como Rafael y toda una vida en aprender a pintar como un niño”. Iván Pavlov escribió en su carta a la juventud: “La ciencia exige del hombre toda la vida, y si ustedes tuvieran dos vidas no les serían suficientes. La ciencia es una gran tensión y una pasión inmensa”.

La creatividad no es un logro gratuito. Ejemplos como éstos son abundantes, incluidos los resultados de la investigación científica. En el conocido informe de Anne Roe, en el que se examina la vida de sesenta y cuatro científicos creativos, no se encontró ninguna característica común salvo su absoluta dedicación al trabajo. Esta psicóloga escarbó profundamente en la biografía de veinte biólogos, veintidos físicos y veintidos cientistas sociales, en la búsqueda de cualquier elemento ralacionado con sus historias vitales, que permitiera determinar como sucede la Afabricación de un científico@. Encontró una enorme diversidad en casi todos los aspectos, de modo que no pudo establecer ninguna generalización precisa. Solamente pudo concluir: “La única cosa que todos estos sesenta y cuatro científicos tienen en común es su absoluta dedicación al trabajo. Ellos han trabajado largas horas por muchos años, frecuentemente sin vacaciones, porque se encontraban mejor haciendo su trabajo que cualquier otra cosa”, (1972).

El estudio más reciente de Howard Gardner, dedicado a las vidas de Sigmund Freud, Albert Einstein, Pablo Picasso, Igor Stravinsky, T. S. Eliot, Martha Graham y Mahatma Gandhi, revela que cada uno de estos creadores llegó a tener un compromiso absoluto con su trabajo. Con el objeto de garantizar condiciones óptimas de trabajo los creadores sacrifican sus relaciones personales, incluso destruyendo relaciones muy cercanas. Gardner llama a este fenómeno pacto faústico, y lo interpreta como una variación del que Goethe consagró en la literatura entre Fausto y Mefistófeles. Sostiene que el tipo de pacto puede variar, pero la tenacidad con que se mantiene es la misma. Estos pactos no son presentados como tales, pero se manifestan bajo la forma del ascertismo, el aislamiento, el celibato o la ausencia de relaciones estables. Es como si todo debiese estar subordinado a una misión creadora superior, (1995).

Por último, casi medio siglo después del informe de Anne Roe, la investigación de Csikszentmihalyi que consideró noventa y un individuos destacados por su creatividad en diferentes campos, obtiene conclusiones complementarias: “Hemos visto que, entre los rasgos que definen a una persona creativa, son fundamentales dos tendencias opuestas de alguna manera: una gran curiosidad y apertura por un lado, y una perseverancia casi obsesiva por otro”, (1998).

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